Tom permaneció callado
al volante durante un rato. (Tu nombre) no se fiaba; aquella mañana había
salido del dormitorio como medida de autoprotección. ¿Podía sentirse enfadado
porque ella no hubiera estado allí cuando él despertó? Seguramente todo lo que
quería era sexo.
(Tu nombre) lo observó.
Tenía un rostro serio y su mandíbula estaba tensa. Tenía ganas de acercarse y
darle un beso para que se relajara o para robarle una sonrisa como la que había
visto antes, aunque se la había dirigido a Thea, no a ella. Sabía que, a pesar
de lo que dijera, él la odiaba. Después de todo, era natural, puesto que ella
representaba una época horrible de su vida, cuando tenía todo y a todos en su
contra y estaba completamente solo. Se vio obligada a desviar la mirada y a
taparse los ojos con unas gafas de sol para que él no pudiera notar las
lágrimas.
—¿Qué te parece si vamos
a Kaisariani, en el Monte Hymmetos?
(Tu nombre) prefirió no
hablar y se limitó a asentir con la cabeza.
Como no contestó, él le
dirigió una fugaz mirada.
—(Tu nombre), ¿me oíste?
De pronto, se sintió
sobrepasada. Ya no podía soportar más ese sentimiento de culpa, no después de
lo que había pasado la noche anterior entre los dos. Las lágrimas distorsionaron
su voz.
—Tom, no tenía ni idea…
te lo juro, yo no lo hice… y no sabía nada de aquel asunto de la fusión —tragó
saliva y respiró profundamente mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y
cruzaba los brazos alrededor de su estómago, buscando algo de protección.
Tom soltó una maldición
y paró el vehículo en el arcén. Tenía que indicar a los escoltas que les
seguían que no había ningún problema.
Se giró, le quitó las
gafas de sol a (Tu nombre) y le puso las manos en los hombros. Ella tenía la
cara colorada y los ojos llorosos.
—¿De qué diablos estás
hablando?
—Thea… me lo contó —(Tu
nombre) hizo un enorme esfuerzo para controlarse, y se frotó la cara con el
reverso de sus manos. Tom todavía estaba borroso.
—¿Qué te contó Thea? —preguntó,
sacudiendo su cabeza, enojado.
—Thea… —dijo, dando un
gran suspiro—. Nosotras hablamos… me contó lo que había pasado, lo que pasó
después… después de…
Las manos de él le
apretaron los hombros con tanta fuerza, que ella hizo una mueca de dolor. Luego
la soltó, y ella, más tranquila y sin llanto, se reclinó en el asiento.
—Nunca leí aquel
artículo, Tom. No lo sabía, lo juro.
—Ellos transcribieron
conversaciones, conversaciones privadas que sólo nosotros mantuvimos —su voz
sonaba rara y algo artificial, como si estuviera repitiendo algo a un niño.
—No te imaginas cuánto
lamento aquello ahora.
—Las pruebas estaban
allí, en su correo… fue tu e-mail, tu contraseña. ¿Me estás diciendo que
facilitaste esos datos a otra persona?
Sintió una punzada en el
pecho. Afligida, tuvo que negar con la cabeza. Por supuesto que no había dado a
nadie su contraseña.
Tenían que volver a
empezar. ¿Cómo había permitido que sus emociones la dominasen de aquella
manera? De lo único que se tenía que preocupar era de salir entera de aquello.
Y cuando Tom hubiera tenido suficiente, lo que esperaba que sucediera pronto,
él la dejaría marcharse. Aquélla era la decisión a la que había llegado durante
sus largas horas de meditación el día anterior. ¿Por qué tenía que ser tan
impetuosa? Más valía que le confesara que estaba otra vez enamorada de él, que
nunca había dejado de amarlo.
Se sentía la mujer más
desconsolada del mundo. Para su desgracia, también era consciente de parte de
la razón por la que no podía lanzarse a contarle toda la verdad. Es cierto que
estaba preocupada por lo que les pudiera pasar a Eleni y a su familia, pero
después de haber estado con él la noche anterior, también tenía miedo de
perderlo. ¿Estaba de verdad dispuesta a confesarse culpable con tal de
conseguir cualquier cosa que ese hombre pudiera ofrecerla? Se volvió a cubrir
los ojos con las gafas de sol.
Tom sintió un escalofrío
recorrer su cuerpo al ver cómo se transformaba ante él en una suerte de robot.
¿Por qué insistía tanto en proclamar su inocencia? ¿Qué sentido tenía? De
repente, según presenciaba aquel súbito cambio, se le ocurrió algo. Estaba
tratando de encontrarle un punto débil, de jugar con él, de hacerle dudar de
sus sospechas. ¿Qué esperaba conseguir? ¿Una relación más duradera? ¿Algún otro
tipo de beneficio? Sintió una opresión en el pecho. Ella lo había hecho esperar
hasta que quiso, y ahora, después de acostarse con él, fingía arrepentimiento o
inocencia.
Ignorando tramposamente
que fue él quien la había perseguido para llevársela a la cama, se dijo a sí
mismo que ella debía de haber asumido que su relación podría haberle ablandado.
¡Incontables mujeres antes que ella habían hecho lo mismo! Se deshizo de su
preocupación y de las confusas contradicciones que le habían asaltado al verla
llorar. ¡Estaba incluso haciéndole la pelota a Thea, por el amor de Dios!
—No quiero volver a
oírte ninguna mención al pasado. Ya no tiene importancia.
«Aparte del hecho de que
lo utilizaste para llevarla donde tú querías».
Obviando todas las
contradicciones, se concentró en la mujer que estaba delante de él, cada vez
más excitado al ver cómo su pecho subía y bajaba al ritmo de la respiración.
Ella estaba mintiendo, y lo iba a probar en ese instante.
—La única cosa que
importa es esto.
(Tu nombre) sintió cómo
se le clavaba en la espalda el manillar de la puerta. Tom se estaba echando
encima de ella. Interpuso sus manos, pero se topó con una pared de músculos. Se
derritió al recordar cómo había tocado y gozado de aquel cuerpo la noche
anterior. Él estaba sujetando la cabeza de ella entre sus manos de tal forma
que no se podía mover, y (Tu nombre) cerró con fuerza su boca para impedirle el
acceso. Pero en lugar del beso brutal que ella esperaba, fue suave y tierno.
Apenas rozaba su boca, como si de un susurro o de una invitación erótica se
tratara. Él era implacable, pacientemente seductor, incansable. Ella no podía
seguir resistiéndose a aquella avalancha de sensualidad. Al igual que sucedió
la noche anterior, él se las arregló para reducir todo el universo de (Tu
nombre) al aquí y al ahora. Nada más existía.
Cuando él sondeó con su
lengua aquella boca, rozó la costura de sus labios hasta que ella suspiró y los
abrió un poco más. Pero todavía no entró. Ella sintió hervir su sangre, y
levantó las manos hasta sus hombros en señal de entrega. Entonces, supo
exactamente qué era lo que él quería. Vacilante, tocó la boca de él con su
lengua y trazó el dibujo de sus labios en una inocente incursión. Después,
profundizó en aquella oscura y húmeda oquedad, envalentonada y embriagada
cuando su lengua finalmente se enredó con la de ella.
Ella sintió cómo una
mano bajo su top le acariciaba un pecho, mientras la yema del dedo gordo
frotaba el pezón. La lengua empujó con más fuerza y arqueó la espalda,
presionando con su pecho en la palma de su mano. Y entonces, para sorpresa de (Tu
nombre), como si de pronto se hubiese ido la corriente, él retrocedió, puso las
manos sobre los hombros de ella y la miró fijamente a los ojos.
—¿Lo ves? Esto es de lo
único que tenemos que preocuparnos. Mientras dure, seguiremos casados.
Él levantó su mano y le
dio un beso en la palma. Incapaz de moverse durante un largo momento mientras
la miraba, sintió cómo se le clavaba en la cintura el cinturón de su asiento.
Los coches pasaban zumbando a su lado.
Humillada, (Tu nombre) le
quitó las manos de encima y se sentó correctamente. Por lo que a él respectaba,
ella era tan débil como un gatito, y le había ayudado a conseguir su objetivo.
Ya no sería tan tonta de volver a mencionar el pasado.