Volvió en sí de la
manera más horrible e indigna que podía imaginar. Inclinada sobre una
palangana, empapada y con arcadas. Tom estaba detrás de ella, sujetándole el
pelo hacia atrás mientras ella recuperaba el sentido y vaciaba su estómago.
Estaba agitándose de forma violenta. Al fin, todo pasó. Sintió un enorme alivio
cuando le puso un trapo húmedo sobre la cara y el cuello. Estaba sentada en el
regazo de Tom, quien la asió firmemente contra su pecho hasta que los temblores
comenzaron a remitir. Al fin se las arregló para pronunciar unas palabras.
—¿Dónde… dónde estamos?
—En los aseos para el
personal del restaurante.
—Ay, lo siento mucho… —(Tu
nombre) cerró los ojos y se aferró a Tom.
Cuando los volvió a
abrir, se fijó en el baño. Debía de haberla reanimado poniéndola bajo la ducha.
—Lo siento mucho.
—(Tu nombre), ¿qué es lo
que te ha pasado? —su voz sonó dura—. Por Dios, mujer, si eras alérgica al
licor o al café, ¿por qué no me lo dijiste?
«¡Pero no soy
alérgica!».
O, al menos, no había
pensando que lo era. Pero incluso mientras (Tu nombre) pensaba en el alcohol en
el café, podía ver las imágenes dando vueltas en su cabeza y sentir unas
intensas náuseas. Cerró los ojos, asió la camisa y respiró profundamente.
Aquello era ridículo. De ningún modo podía afectarla tanto. Tenía que ser la
comida… o alguna otra cosa. No podía ser por lo que pasó hacía cuatro años.
—No, no pudo ser —replicó
con la cabeza.
«No pudo ser», se dijo
una vez más.
—Debe de haber sido algo
que comí.
—Hemos comido lo mismo,
y yo estoy bien —repuso con seguridad.
Ella estaba demasiado
débil para discutir.
Él se levantó, tomándola
consigo, sujetándola contra su pecho. Sólo entonces se dio cuenta de que Tom
tenía el pelo y el pecho empapados. ¿También se había metido en la ducha? Él
respondió a su mirada.
—Bueno, difícilmente
pude evitar mojarme también, ¿no? No te podía arrojar ahí dentro.
—Lo siento —repitió ella
en voz baja.
Él abrió la puerta del
baño con el codo, y al salir se encontraron con Theo, el amigo y dueño del
restaurante. Estaba muy nervioso y preocupado.
—Lo siento, Tom. No me
explico cómo ha podido pasar esto.
(Tu nombre) tuvo un
temblor involuntario, y Tom la agarró con más fuerza.
—Theo, no te preocupes.
Olvídalo… aunque debemos marcharnos ya; estamos mojados.
Su amigo se apresuró a
darles unas toallas.
—Tu automóvil está justo
en la puerta, por detrás.
(Tu nombre) no pudo
evitar mortificarse. Estaba convencida de que al gran Tom Kaulitz le
incomodaría enormemente esa situación tan violenta. Él subió a la parte trasera
del coche, aún con ella en brazos. (Tu nombre) quitó los brazos de su cuello y
miró por la ventanilla.
—Lo siento —insistió
ella, con todo su cuerpo en tensión—. No quería avergonzarte delante de tus
amigos… de la gente del restaurante.
Tom la miró. Tenía la
cabeza agachada, y el pelo, húmedo y brillante. Cuando ella había apartado los
brazos de su cuello, había sentido la necesidad de volver a ponérselos. Y a
pesar de lo que pudiera pensar, cuando se desmayó, el restaurante y la gente
que allí estaba le importó un comino. Su única preocupación había sido (Tu
nombre) y su bienestar. Incluso preguntó a gritos si había un doctor entre los
presentes, aunque no hubo ninguno.
—No seas tonta, (Tu
nombre). Te sacamos por detrás porque era más rápido.
—Ah…
Tomó una de las toallas
y comenzó a desabrochar la camisa de (Tu nombre). Ella golpeó sin mucha fuerza
su mano.
—¿Qué es lo que haces? —preguntó,
alterada.
Él le quitó las manos de
en medio.
—(Tu nombre), estás
empapada, al igual que yo. A menos que quieras sufrir una hipotermia, tienes
que quitarte la camisa.
Antes de que ella
pudiera darse cuenta, él ya había desabrochado todos los botones y estaba
sacando los brazos de las mangas.
—¡Tú chófer! —susurró,
nerviosa.
Se había quedado tan
sólo en sujetador, y Tom se estaba quitando también su ropa mojada. Sin pizca
de vergüenza, no la hizo caso. Él llevó la espalda de (Tu nombre) contra su
pecho desnudo y envolvió a los dos en un par de toallas. Un mar de sensaciones
recorrió el cuerpo de (Tu nombre), haciendo que sus pechos se hincharan hasta
el límite del dolor. Ella se mordió los labios. Tom miró hacia abajo y, cuando
logró ver brevemente dos perfectos y cremosos montículos desbordando el
sujetador, apenas pudo reprimir el deseo. La inevitable reacción fue más aguda.
La mandíbula, tensa; la toalla, algo caída. Ella se movió para acomodarse, y él
no pudo contenerse.
—(Tu nombre), deja de
moverte.
Al sentir la presión
debajo de ella, una oleada de calor inundó su cuerpo. El viaje de vuelta a la
finca estaba resultando una tortura, y para cuando salió del coche, (Tu nombre)
estaba en un estado casi febril.
Él la llevó hasta su
habitación y la dejó con cuidado fuera de la puerta del baño. Ella se había
apretado la toalla alrededor de su torso y miraba a todas partes salvo a los
formidables pectorales que tenía delante.
—¿Necesitas ayuda?
—No —se apresuró a
contestar—. No… gracias. No sé qué habría hecho si…
—Debes quitarte toda esa
ropa húmeda antes de que te enfermes —la interrumpió.
Ella asintió con la
cabeza y entró en el baño. Se desnudó y tomó una ducha caliente. Cuando salió,
vestida con un voluminoso albornoz, para su frustración, no había nadie en el
cuarto. Entonces apareció Thea por la puerta con una expresión de preocupación
que enseguida disimuló al ver a (Tu nombre).
Thea entró y ayudó a (Tu
nombre) a meterse en la cama, por lo que ésta pensó justo antes de dormirse que
tal vez, después de todo, Thea no era tan distante y fría hacia ella como
parecía. Quizás podía volver a intentarlo. Por lo demás, se negó a pensar en el
hombre que la había salvado esa noche, que la había sostenido con tanta
ternura. No había sucedido de esa manera; se estaba dejando llevar por su
imaginación. Él se había limitado a ser práctico, nada más.
Cuando (Tu nombre) se
despertó a la mañana siguiente, sintió los músculos del estómago doloridos.
Justo cuando se desperezaba, la puerta se abrió. Allí estaba Tom, afeitado,
vestido y con un aspecto despejado y alegre. Ella se puso algo nerviosa y tiró
de las sábanas hasta su cuello.
Él entró y descorrió las
cortinas que tapaban las puertas de estilo francés que conducían a la terraza.
Se quedó de pie unos instantes con las manos en los bolsillos, contemplando el
paisaje. Luego se dio la vuelta.
—¿Cómo te sientes hoy?
—Mucho mejor, gracias.
Yo…
—No digas que lo
sientes, (Tu nombre) —la interrumpió—. No pudiste evitarlo. Debes de ser
especialmente sensible a los licores. Quizás al marisco.
«¡Querrás decir al
pasado!».
Ella observó con
desconfianza cómo se acercaba hasta la cama. Era imponente, tan alto y masculino.
—Me temo que debo ir a
Londres un par de días. En uno de nuestros barcos se ha producido una especie
de motín entre la tripulación —hizo una mueca de disgusto—. Parece que sólo yo
puedo solucionarlo.
Pese a lo que había
sucedido entre ellos, (Tu nombre) se dio cuenta enseguida que sería un buen
negociador. Duro pero flexible. A diferencia de lo que había pasado con ella,
con aquella gente no habría resentimiento.
Ella asintió con la
cabeza. Tom le lanzó una mirada indescifrable.
—No me extrañes mucho
mientras estoy fuera.
—No lo haré —dijo,
negando al tiempo con la cabeza.
Pero sí lo haría.
—Estoy seguro de que no,
(Tu nombre) —añadió él con una fugaz sonrisa.
Chicas ...espero les guste el capi
Las Quiero
Bye D