lunes, 12 de agosto de 2013

**Capitulo 14**


Poco a poco regresó a la realidad, dejando que ésta fuese enfriando la llama del deseo que había amenazado con desatar un incendio incontrolable. Sin embargo, la boca de él todavía recorría la suya, y la parte más débil de (Tu nombre) aún le decía que se entregara.

Haciendo un gran esfuerzo, cerró las manos y empujó el pecho de Tom, pero era como un muro de acero, inamovible. Ella apartó su boca de la de él y se sorprendió de lo jadeante que era su propia respiración. En el forcejeo, se dio cuenta de que los pechos le dolían y de que tenía tan duros los pezones, que el roce del sujetador los irritaba. Él intentó continuar su avance, pero (Tu nombre) le plantó cara de veras, dándole golpes en el pecho. Su respiración era cada vez más entrecortada y seguía sin poder articular palabra.

Por fin, él aflojó la presión, y ella lo aprovechó para zafarse de su abrazo. Tambaleándose, retrocedió contra el escritorio que se encontraba a su espalda; sabía con certeza que, de no haber estado allí, se habría caído al suelo. Todo su cuerpo latía con fuerza, y sintió un irrefrenable deseo de volver a arrojarse a sus brazos y suplicarle que la besara de nuevo. Intentó calmarse, y se maravilló de que besarlo de forma tan casta a los veinte no la hubiera preparado para lo que estaba sucediendo.

Incapaz de mirarlo a la cara, vio cómo se aproximaba. Al llegar a su lado, él la tomó de la barbilla y le obligó a levantar la cabeza, pero ella cerró los ojos.

—(Tu nombre), cerrar los ojos no va a hacer que la verdad desaparezca.

Haciendo caso omiso de su instinto, los abrió, preparada para ver una expresión de triunfo en el rostro de Tom. Sin embargo, no fue así. En realidad, él tenía una mirada oscura y enigmática que (Tu nombre) fue incapaz de interpretar. ¿Acaso era ella la responsable de aquella expresión sombría?

Ella tenía que intentar recuperar un mínimo de dignidad, y en algún lugar de su interior encontró fuerzas para hablar.

—La verdad… —ni siquiera tenía la energía suficiente para enunciarlo en forma de pregunta.

—La verdad es que sobra química entre nosotros como para montar un laboratorio —dijo él, posando su mirada en la boca de (Tu nombre), quien respondió con un estremecimiento—. Y que mañana nos vamos a casar, y que repetiremos esto. Tendremos mucho tiempo en la luna de miel.

(Tu nombre) abrió su boca, pero fue incapaz de hablar por unos segundos.

«¡Luna de miel!».

—Eso es ridículo. Eso no va a pasar de modo alguno —dijo ella con la respiración entrecortada—. No voy a ir a ningún lugar contigo de luna de miel. Tengo que trabajar; sencillamente, no puedo marcharme y…

Él le puso el dedo en la boca.

—Claro que puedes. Es parte del trato. No se te olvide preparar el equipaje.

 

 

Tom avanzó entre la multitud de fotógrafos y periodistas que aguardaban fuera de la oficina de (Tu nombre). A diferencia de lo que pasaba con otras celebridades, a Tom no se le echaban encima. Había un cierto respeto que se traducía en el espacio que dejaban entre ellos y el magnate naviero, como si supieran que un gesto, una sola palabra suya, podía tener graves consecuencias. Ignoró el aluvión de preguntas y se introdujo en el asiento de atrás de su coche, ocultándose tras los cristales oscuros.

Dio unas lacónicas instrucciones a su chófer para que lo llevara de vuelta a la oficina dando un rodeo. Necesitaba pensar, poner sus ideas en orden, algo poco frecuente en él. Pero la verdad era que su cuerpo aún vibraba fruto de un grado de excitación que nunca antes había experimentado.

¿Qué demonios le había sucedido en la oficina de (Tu nombre)?

Se pasó la mano por el pelo y se quedó mirando a través de la ventanilla con la vista perdida. No había tenido la intención de besarla, pero cuando ella entró, tan correcta y formal, vestida con una elegante camisa y una falda ajustada que dejaba adivinar unos muslos bien tonificados, había sido incapaz de resistirse a sus encantos.

Todo lo que sabía era que, en el momento en que había tomado a (Tu nombre) entre sus brazos, había sentido algo distinto a lo que esperaba. Por supuesto, había sentido una poderosa atracción física, pero había sentido algo más, algo diferente que nunca había experimentado antes. Había sido como si por fin hubiera tenido entre sus brazos lo que llevaba tiempo buscando.

Sorprendido por semejantes pensamientos, intentó reprimirlos. Y por primera vez desde su reencuentro con (Tu nombre), se cuestionó si estaba haciendo lo correcto. En todo caso, ya era muy tarde para dar marcha atrás. Quedaban tan sólo veinticuatro horas para que venciera el plazo estipulado en el testamento de Dimitris, tiempo a todas luces insuficiente para encontrar a otra mujer. Además, no se podía permitir que unas simples dudas diesen con todo al traste.

Para Tom, quien nunca vacilaba una vez tomada una decisión, todo aquello era nuevo y, desde luego, motivo de preocupación. Por un instante pensó en Isabelle como alternativa, pero una mueca de desagrado se dibujó en su rostro. Había muchas mujeres que estarían felices de ocupar el puesto de (Tu nombre), pero ya tenía todo atado y bien atado, por no mencionar lo mucho que ella lo atraía. ¿Por qué no debería aprovechar la ocasión de poseerla hasta saciarse?

Después de todo, ¿acaso no iba a ser todo aquello una diversión para él, un entretenimiento, una oportuna venganza al tiempo que un conveniente arreglo para satisfacer sus necesidades, tanto dentro como fuera de la cama?

Sólo entonces le sobrevino una duda de último momento y telefoneó a la oficina de (Tu nombre) para comprobar si ella había recibido el acuerdo prenupcial. Nunca antes había tenido un fallo de concentración como aquél. No quiso darle más vueltas a por qué había estado actuando de manera tan extraña e impropia en él, y rápidamente dio órdenes a su guardaespaldas para que regresara a recogerlo.

 

 

Sólo un par de minutos después de que él se hubiera marchado, (Tu nombre) fue plenamente consciente de que se había ido. Aún no se había movido. Se sentía como si hubiera sido arrojada a otra dimensión. Sólo la había besado, se dijo, intentando racionalizar lo ocurrido.

«Y espera que vaya con él de luna de miel…».

Se sintió mareada, aturdida. Tuvo que sentarse en la butaca. Sus ojos vidriosos se fijaron en una nota que había encima de la mesa. Estaba escrita a mano, con un trazo brusco que sólo podía pertenecer a una persona: a él.

«Por favor, firma el acuerdo prenupcial y envíamelo».

(Tu nombre) leyó esa nota una y otra vez, hasta que por fin volvió en sí. Oyó repicar las campanas de una iglesia a lo lejos. Su suerte estaba echada. Él ni siquiera había tenido la delicadeza de decírselo en persona. Había pasado de transmitirle lacónicas órdenes a escribir escuetas notas. Había entrado en su oficina como Pedro por su casa y había comprobado el material como si se tratase de un mercader de esclavos a punto de hacer una nueva adquisición. ¿Quién se creía que era?

En aquel momento, sacándola de su ensimismamiento, su asistente asomó la cabeza por la puerta, y (Tu nombre) le hizo un gesto para que entrara. Llevaba un sobre en la mano.

—Lo siento, esto vino antes, pero me distraje cuando Tom… —ella se sonrojó, y (Tu nombre) frunció el ceño—. Lo siento. Cuando llegó el señor Kaulitz.

La asistente se apresuró a retirarse, y (Tu nombre) hizo un gesto de preocupación. Otra mujer lista para caer a los pies de Tom. ¿No había nadie inmune a los encantos de aquel hombre? Al abrir el sobre, cayeron un montón de papeles. Allí estaba el acuerdo.

El acuerdo especificaba las condiciones del matrimonio. Básicamente, en caso de divorcio, ella no tenía derecho a nada, lo que no le sorprendió en absoluto. En cambio, lo que sí le llamó la atención fueron los generosos términos del préstamo para su tío. Parecía que él le reservaba a ella todo el castigo. Por parte de (Tu nombre) esto no representaba ningún problema, puesto que ésta no tenía el menor interés en el dinero de Tom.

Tras leerlo, estampó su firma enseguida e introdujo de nuevo los papeles en el sobre. Cuando estaba a punto de pedir a Cécile que volviera a entrar, apareció alguien en el pasillo. Al principio pensó que era él, pero luego se dio cuenta de que se trataba de su guardaespaldas.

—¿El señor Kaulitz le envía por esto? —le preguntó al tiempo que le ofrecía el sobre.

Él lo tomó y se fue.

El panorama era desolador. A partir de entonces, mientras él quisiera, ella sería propiedad de Tom. En la riqueza y en la pobreza.
 
CHICAS...espero que les guste el capi.. y bueno lamentablemente no he podido continuar mi otra ficc.. porque entre a estudiar... y todavía no he hecho los otros capis.. pero esta semana tratare de seguir los capis y cuando pueda se los subo....además que tengo casi echa la segunda parte del One Shot de mejores amigos.. asi que Jenni creo que el fin de semana la subiré...
Las Quiero
Bye =D

1 comentario:

  1. Ay Dios ya se casan!! En el otro capitulo leeremos eso la bodaa??
    Espero q sii..

    Tamitha esperare ansiosa el fin de semanaa :D

    Bye cuidate

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