Cuando al fin pudo
hablar, preguntó, nerviosa:
—¿Se puede saber adónde
vamos? —la idea de pasar una luna de miel con Tom la aterrorizaba.
Él la miró. Ella tenía
los brazos cruzados en actitud defensiva, lo que no hizo sino aumentar el deseo
de Tom. Estaba decidido a experimentar hasta sus últimas consecuencias la
pasión que había inflamado el mero roce de sus bocas.
Él intentó relajarse
para impedir que la chispa se convirtiera a la menor provocación en una
auténtica llamarada.
—Tenemos nuestro
equipaje, así que vamos directos al aeropuerto.
¿Se había empeñado en no
escucharla? (Tu nombre) se sintió frustrada.
—¿Y es un secreto o me
vas a decir dónde vamos?
Ella era perfectamente
consciente del tono tirante de su voz. Tom la miró desde su asiento sin
alterarse. A diferencia de ella, él parecía estar relajado y despreocupado.
—Vamos a la casa de
campo que tengo en las afueras de Atenas.
(Tu nombre) recordó
inmediatamente el nombre familiar griego con que llamaban a su abuela.
—¿La finca al lado de la
ya ya?
Él asintió con la
cabeza.
—Mi madre se ha mudado a
la ciudad. Es más cómodo para ella, y así tiene más cerca a los médicos en caso
de necesidad. Mientras tanto, he aprovechado para reformar la casa por
completo.
(Tu nombre) se podía
imaginar la opulencia de la mansión. Siempre había sido muy grande,
especialmente comparada con la vecina y mucho más modesta finca de sus abuelos.
Ella se percató de que
estaban entrando en un pequeño aeródromo y se dirigían hacia un jet
privado. Intentó reprimir los nervios y miró a Tom como si quisiera apartar de
su mente el hecho de que en breve estarían en un avión, volando hacia Atenas,
para quedarse solos los dos. Era consciente de que estaba hablando deprisa y un
poco a lo tonto.
—No he vuelto desde que ya
ya murió. Su casa está ahora vacía. Creo que alguien de la familia va de
vez en cuando, pero… —una repentina sensación de tristeza la invadió por
sorpresa. Aquella casa albergaba recuerdos muy especiales para ella, y la idea
de volver a verla sin su abuela le provocó una intensa nostalgia.
Ella no se había dado
cuenta de que Tom la estaba mirando fijamente.
—¿Es la primera vez que
vuelves a Atenas desde entonces? —preguntó él.
Tenía los ojos
ligeramente humedecidos y un nudo en la garganta, pero se sobrepuso y lo miró,
negando con la cabeza y tratando desesperadamente de controlar sus emociones.
—No, he estado de nuevo
varias veces en Atenas, pero nunca en la casa de mi abuela.
Ella no sospechaba que
la idea de regresar allí pudiera llegar a afectarla tanto.
Por suerte, el coche se
detuvo y pudo salir a que le diera el aire y, de paso, a librarse de la
penetrante mirada de Tom. A los pocos minutos ya estaban acomodados en los
asientos de cuero del avión, sentados uno en frente del otro. (Tu nombre) se
encontró algo más cómoda. No le resultaba nada fácil ser ella misma cuando
estaba al lado de Tom. Tenía que vigilar cada palabra que decía y reprimir sus
impulsos, algo a lo que no estaba acostumbrada. Sin embargo, tenía que
reconocer que su franqueza y honradez no le habían servido de mucho en el
pasado. Había descubierto que la gente no lo valoraba.
Tom estaba confuso, no
sabía qué pensar. Había estado observando a (Tu nombre) y se había dado cuenta
del brillo de las lágrimas en sus ojos, lo que le había desconcertado por
completo. Incluso había estado a punto de preguntarle si, en lugar de ir a la
finca de las afueras, prefería quedarse en el apartamento que él tenía en
Atenas. Afortunadamente, había entrado en razón. No podía olvidar que (Tu
nombre) Demarchis, a la temprana edad de veinte años, había hecho gala de una
increíble vena mercenaria. Cuatro años después, la había perfeccionado, eso era
todo.
El único motivo por el
que ella lloraría sería para manipular una situación en función de sus propios
intereses. Tenía que admitir que ella debía de estar furiosa, quizás incluso
tramando algo. ¿Acaso podía ser de otro modo? Se aseguraría de que ella no
obtuviera nada del matrimonio y vigilaría de cerca el estado de sus cuentas.
Hacía tiempo que el dinero que había conseguido con la venta de sus acciones se
había agotado, y la mujer tenía gustos caros. Sólo Dios sabía en qué se había
gastado todo ese dinero.
Miró a lo lejos con
desgana y observó cómo el suelo se hacía más pequeño según el avión ganaba
altura. Todo lo que quería era acostarse con ella y desahogarse. No tenía que
pensar en nada más. Tenía por delante dos semanas para saciarse y después
solicitar el divorcio. De hecho, ya había pedido a su abogado que tuviera todos
los papeles listos.
(Tu nombre) se dio
cuenta de que sus facciones se habían ensombrecido, y como para confirmar sus
sospechas, él la miró en ese momento de un modo tan frío y distante, que le
produjo un escalofrío.
—¿Tienes hambre? —le
preguntó por sorpresa a (Tu nombre). Ella negó con la cabeza. La invadió un
terrible cansancio al que sucumbió con alivio y no sin una pizca de cobardía.
Se encontraba desconcertada y confundida. Se alegró de poder descansar, aunque
fuese un poco. Cerró los ojos, apartó de su mente la inquietante imagen de Tom
y reclinó el asiento.
Un ligero toque la
despertó y se encontró con la azafata de pie a su lado. Alguien la había tapado
con una manta.
—Señora Kaulitz, vamos a
aterrizar en breves minutos.
Durante un instante estuvo
a punto de decir que ella no era la señora Kaulitz. Se desentumeció y vio con
alivio que Tom no estaba en su asiento. Se atusó el pelo con las manos y se lo
echó de nuevo hacia atrás. La orquídea se le quedó en la mano y se quedó
contemplándola. ¿Qué extraña fuerza se había apoderado antes de ella para
haberse puesto una orquídea en el pelo? La arrojó a la mesa que tenía al lado,
contrariada con la idea de que lo había hecho inconscientemente por él. Quería
quitarse el vestido y ponerse unos vaqueros… o una bata, o cualquier otra cosa.
¿Y quién la había tapado
con aquella manta? La idea de que pudiera haber sido él la hizo derretirse.
Tonta, se reprendió ella misma. Lo más probable era que hubiese sido la
azafata. Levantó la mirada y vio a Tom salir de una cabina en la parte trasera
del avión.
—Bueno, ya estás
despierta. Estamos a punto de aterrizar.
Ella se limitó a asentir
con la cabeza. No se atrevía a hablar y prefirió desviar la mirada hacia el
exterior.
Atenas se veía más y más
cerca, hasta que por fin aterrizaron. Tuvo una sensación agradable al reconocer
el perfil de la ciudad. Regresar a Atenas siempre había sido como volver a
casa.
Después de tomar tierra,
todo transcurrió con enorme rapidez. En cuestión de minutos, salieron del avión
y se acomodaron en un lujoso vehículo todo terreno con los cristales tintados.
Un guardaespaldas iba sentado al lado del chófer y otro les seguía en un
segundo automóvil con el equipaje. La sorprendió una súbita sensación de
felicidad por el hecho de encontrarse de nuevo en Grecia.
A la entrada de la finca
de los Kaulitz, cuando (Tu nombre) salió del vehículo, una cálida brisa
acarició con suavidad su piel. El sol del atardecer esparcía por el cielo
jirones de nubes rosas. A escasos doscientos metros, los árboles ocultaban la
casa de su abuela. Respiró el aire primaveral y disfrutó con la vista que le
regalaban los ojos. Desde niña, la mansión de Tom siempre la había intimidado
con su aire de grandeza decadente, pero la impresionante reforma había cambiado
todo. Estaba pintada de un color blanquecino que reflejaba el brillo del ocaso.
La escasa altura de la fachada, junto a un tejado plano, le hacía parecer una
construcción sin pretensiones, pero el gran porche que conducía a la enorme
puerta principal delataba el lujo que yacía tras aquellos muros.
De no ser por la hilera
de árboles que se extendía a lo largo de toda la fachada principal, el aspecto
de la mansión habría sido más austero. Altos y esbeltos, los típicos pinos de
la región estaban espaciados de tal modo que, en vez de menguarla, realzaban la
vista de la casa. (Tu nombre) sabía que la primera impresión era engañosa.
Levantada sobre una
colina, la casa gozaba de dos extraordinarias vistas de la ciudad de Atenas,
una desde el jardín y otra desde la piscina que estaba al final de una serie de
terrazas labradas en la tierra y rodeada de olivos.
La puerta principal se
abrió, y una figura de cuerpo entero que le resultaba familiar a (Tu nombre) se
apresuró a bajar los escalones. Era Thea, el ama de llaves de siempre. (Tu
nombre), algo deshabituada a escuchar un griego tan veloz, trató de no perder
comba de lo que decían mientras aquélla daba a Tom un efusivo abrazo de
bienvenida. Sin embargo, cuando se acercó a (Tu nombre), la saludó de un modo
muy distante. (Tu nombre) se sintió mal. Por lo visto, Thea tampoco la había
perdonado. Hubo un tiempo en que había sido la favorita del ama de llaves. De
muy joven, (Tu nombre) solía colarse en la cocina para aprender a hacer las
recetas tradicionales griegas. Pero Thea nunca había perdonado a (Tu nombre)
por el modo en que había tratado a Tom. (Tu nombre) había intentado
explicárselo, pensando que, entre todo el mundo, si alguien iba a escucharla,
ésa era Thea, pero no fue así. Y después de transcurridos cuatro años, (Tu nombre)
era consciente de que ahora Thea sería mucho menos receptiva para escuchar su
versión de lo sucedido.
Una vez en el vestíbulo,
Thea llamó a una joven criada y le pidió que mostrara a (Tu nombre) su
habitación, con la frialdad de una completa desconocida. (Tu nombre) estaba
decidida a no dar ninguna muestra de dolor por ese trato, y siguió a la joven
escaleras arriba. Se sintió aliviada cuando vio que no se trataba de la
habitación principal, pero la tranquilidad le duró poco cuando vio aparecer a Tom
por la puerta.
El inmenso deseo que él
tenía de llevársela a la cama le hizo desconfiar. La criada la había llevado
por error a un cuarto de invitados. Él había planeado que ella se quedara con
él en su habitación, pero ahora ya no estaba tan seguro de que eso fuera una
buena idea, a pesar del clamor de su pulso. Él era una persona civilizada, no
una especie de hombre de las cavernas que se dejase gobernar por instintos
primitivos. Decidió jugar un poco con la situación.
—Te he dado tu propia
habitación, (Tu nombre) —dijo mientras entraba en el cuarto.
Ella retrocedió hasta la
pared opuesta, observando con atención cómo él se dirigía hacia otra puerta. Se
trataba de la puerta que comunicaba el dormitorio de (Tu nombre) con la
habitación principal. Él la dejó abierta.
—En esta puerta no hay
cerradura. Como te dije en París, vendrás a mí. Y yo estaré listo cuando lo
hagas.
Se acercó hasta ella y
extendió el brazo para dibujar con la mano la forma de una de las clavículas
que el vestido de (Tu nombre) dejaba al descubierto. Su respiración se aceleró.
Saltaban chispas entre ellos. Bajó con la mano hasta alcanzar las laderas de
sus pechos. Mirándola fijamente, Tom abarcó uno de los pechos. El pezón se le
endureció de inmediato y empujó a través de la seda del vestido contra la palma
de su mano. Él se esforzó por no estrecharla entre sus brazos y devorarle la
boca.
Hacía un rato que (Tu
nombre) había renunciado a averiguar cómo podía seguir en pie. Pudo notar cómo
resbalaba una gota de sudor por su frente. Sus labios se estremecieron bajo
aquella mirada y pudo sentir cómo su propio cuerpo quería hacer presión contra
la mano de Tom, que su mano le acariciara el pecho, que sus dedos apretasen su
pezón, que latía con fuerza. Entonces, de pronto, apartó cruelmente la mano.
Nada hacía pensar que él estuviera inmerso en la misma agitación que ella.
—No tardes mucho, (Tu
nombre). No habrá divorcio hasta que consumemos este matrimonio, así que hasta
pronto… depende de ti. Está en tus manos el hacer que esto discurra tan rápido o
tan despacio como quieras. Mientras tanto, disfrutaré imaginando lo que me
espera.
En aquel momento, (Tu
nombre) no quería otra cosa que tener el valor de agarrarlo, traerlo de nuevo
hacia sí y entregarse a él. Pero estaba convencida de que un hombre con su
reputación, acostumbrado a mujeres del estilo de Isabelle Zolanz, se llevaría
una gran decepción cuando se acostase con ella.
Tom se dio media vuelta
y se dirigió hacia la puerta para volverse justo al llegar a ésta.
—La cena se servirá a
las ocho.
Ella se quedó mucho rato
de pie, esperando a que su cuerpo se calmase. Al oír un golpe seco en la
puerta, (Tu nombre) se preparó para toparse con Tom, pero en su lugar apareció
Thea, quien dejó el equipaje dentro de la habitación. Ya se estaba marchando
cuando (Tu nombre) la llamó.
—Thea.
Ésta se detuvo, y (Tu
nombre), afligida por semejante frialdad, se acercó.
—Thea… me alegro de
volver a verte.
La vieja ama de llaves
se limitó a mirarla, a gruñir alguna palabra ininteligible y a marcharse.
Confusa, se sentó en la
cama. Poco podía imaginar (Tu nombre) cuando Tom la arrojó de su vida que, cuatro
años después, tendría que hacer frente de nuevo a sus demonios. ¡Y de qué
manera!
Chicas... aquí un nuevo capi.. y bueno perdón por la demora..pero la verdad es que últimamente no tengo tiempo... en el trabajo estoy demasiada ocupada .. y bueno en el estudio ..ni se diga.. y no creo que pueda subir tan seguido.. ya que a mi casa llego a las 12 de la noche... pero si en el trabajo se me dan tiempos como este podre subir.. y bueno en mi otra ficc.. tratare de subir esta semana...espero me entiendan...
Las Quiero
Bye =D
PD: Jenni.. no alcance a terminar el one shot e.e asi que creo que el fin de semana lo terminare para subirlo... ya que esta semana estoy a Full...
Osea Tom piensa q dentro de dos semana se divorciaraa hahahaha disfrutare cuando el mismo atrase el divorcio xq asii sera noo??
ResponderEliminarSiguelaa Tamitha esta emocionanteee me encanta.. No te preocupes por el one -shot te entiendo perfecto
cuidate (: bye
realmente es una loquera este matrimonio ._. me pregunto que sera lo que pasara con esos dos *-* espero que sean cosas lindas me gusta mucho cada vez se pone mas emocionante *-* y mmmm... el one shot de los amigos todavia no ha terminado?
ResponderEliminaremmm e.e no estoy muy segura de que despues de consumar el matrimonio Tom vaya a querer el divorcio...
ResponderEliminarno te preocupes la fic esta padrisima y puedo esperar lo que sea con tal de que no la abandones ;) te comprendo luego ya no se puede con el tiempo... pero no te preocupes :)